«A estas alturas, García-Pelayo ha decidido que el cine son impulsos, intuiciones y epifanías inesperadas que cruzan por delante de una cámara en funcionamiento. Es algo que está en su cine desde primerísima hora, pero que se ha radicalizado en su huracanada e hiperactiva etapa actual».
Escribió recientemente Alfonso García sobre «Felicidad suplente«. Todo, que es muy bueno:
«En esta etapa torrencial, insultantemente juvenil y ahora argentina en el cine de Gonzalo García-Pelayo, la felicidad suplente no es un refugio ante la desgracia titular. Es una alternativa o una invitación a explorar el azar. Porque desgracia y desgraciados no hay. Tampoco gente que rezonga, cínicos, depresivos, maltratadores verbales del ausente y eternos cantores de lo que pudo ser y no fue. Sólo gente que avanza, proyecta, resuelve, se ilusiona, improvisa, rueda viviendo y vive rodando.
A ese espíritu le va de miedo el envoltorio de road movie que tiene «Felicidad suplente» (2024), donde el viaje es una evidencia física, el permanente desplazarse un estado de ánimo y la autoexploración de ombligo, en la que tantos otros supuestos creadores acaban encallando, algo que, sencillamente, no consta en ninguno de los mapas de la carretera que ha decidido transitar García-Pelayo.
En Argentina, el director andaluz hizo (y difundió a los cuatro vientos) el descubrimiento de la gran personalidad de Lucía Seles. No almas gemelas, pero sí cineastas que han entrado en fructífera simbiosis e incluso se han contagiado cosas, aunque esa cierta vecindad de ánimo y de criterios viene de antes de conocer el uno la existencia del otro. García-Pelayo está también encantado con el núcleo de intérpretes habituales de Lucía Seles. Con justicia: algunos son muy buenos, otros son muy graciosos y todos son valientes y tienen un empaque que ensancha la pantalla. En «Felicidad suplente» el protagonista es uno de esos imprescindibles del universo Seles, Martín Aletta, que se enfrenta a los dilemas y fantasmas del director de cine en fase de preparación, como Marcello Mastroianni en «Ocho y medio«.
A estas alturas, García-Pelayo ha decidido que el cine son impulsos, intuiciones y epifanías inesperadas que cruzan por delante de una cámara en funcionamiento. Es algo que está en su cine desde primerísima hora, pero que se ha radicalizado en su huracanada e hiperactiva etapa actual. Es la alegría, el primitivismo de los más modernos y la reinvención. Un cine que se puede atravesar a los que están (estamos) educados en el recetario de fórmulas del Hollywood clásico, pero que es el aire que respira quien después ha aprendido a amar a Godard, a Rivette, a Rossellini, a Cassavetes o a Jonas Mekas«.
Gracias Alfonso.
Link a la película: Felicidad suplente