Mis amigos críticos o comentaristas de cine españoles se vuelcan con Lucía Seles…»que no sólo conquiste a los que ya somos fieles«. Esto escribe Alfonso García:
«The Bewilderment of Chile» (2025) es la prolongación que demandaba a gritos la previa y excelente «The Urgency of Death«. Lucía Seles titula en inglés y acota en spanglish selesiano porque quiere y porque puede. Cuando alguna vez, como Javier García Pelayo en esta película, te has estrellado contra los protocolos de un recepcionista de hostal, o contra los protocolos de cualquier otro gilí, comprendes mejor estas cosas.
Esta derivación de Seles hacia el mundo de los confiteros gallegos en Buenos Aires ya no contiene tenis, pero se reafirma el baloncesto. Si vos os esforzás, podés ser un Jokic malísimo, pero Jokic. Incluso hay cameo robado del fantástico jugador serbio. Hasta repite el Breogán femenino.
Es una película de enseñanzas e interrogantes, porque ¿tienen amigos los directores de orquesta?, ¿reza la gente de Lugo a mesitas perdidas al fondo de un pasillo? Pueden parecer cuestiones superfluas si tú eres superfluo. Las únicas preguntas decisivas son las que uno mismo se hace a las cero cinco de la madrugada, con esa profundidad y consuelo que te da el cerrarse más, hacia lo invernal.
También concluyes que hay más gente, y por supuesto Lucía Seles, que sabe que no se puede fiar uno de las personas que no son reiterativas. Los reiterativos son majos siempre (observen al Personaje de Paulino, con el que Jeri Iglesias está estupendo).
Reiterativa es la necesidad de escuchar un muy bien locutado podcast de la chilena Radio Beethoven. Aunque los chilenos pueden ser tan destructivos como los franceses, a los que sólo redime la violencia de sus taxistas, o como los salmantinos, que contemplan, impasibles, el deterioro del plateresco.
Una información adicional, que me llena de contento, es que el personaje de Diego (Gonzalo García Pelayo) ha tenido intimidad, fuera de campo, con La Mujer de Villa Elisa, que es un mito personal para quien suscribe. Todos los pelayos, aunque a veces puedan sentirse heridos por zarpa de fiera, saben orientarse bien: por libre o en cooperación.
Lucía Seles también aprecia la poética de ser pasajero exclusivo en el autobús nocturno, y la extraña belleza de los mármoles de humilde fachada o de minicentro comercial subterráneo. Incluso la pertinencia de un póster de Van Halen y lo decisivo de las conversaciones entre hermanos en ascensores que, alternativamente, suben y bajan. Si conectas, sabes que tu prioridad absoluta en una visita a Buenos Aires sería conocer las confiterías Ritz, tanto la de La Plata como la sucursal de la terminal de colectivos.
Me resulta imposible adivinar si el cine de Lucía Seles terminará alcanzando la gran notoriedad que merece (arrastra una legión de fans y recibe premios en el bonaerense BAFICI y ya asoma por algunos festivales europeos) o seguirá en el underground porque los espectadores convencionales lo encuentren invertebrado. Pero, a poco que se lo proponga y siga contando con productores cómplices, acabará haciendo esa película que no sólo conquiste a los que ya somos fieles, sino que abra los ojos de audiencias mucho más amplias a su talento, que es de una exactitud de metrónomo bajo el ilusorio desorden.
(foto: captura del film hecha por la propia Lucía Seles como imágenes recomendadas).